martes, 31 de mayo de 2011

Acampe global



Conversamos con José Miguel y Agustín, que están participando en la acampada en la Ciudad de Buenos Aires, a partir de los acontecimientos de Puerta del Sol en Madrid.

martes, 17 de mayo de 2011

Espacio público



A partir de los testimonios de amigxs de diferentes movimientos sociales y espacios políticos, conversamos con Eva García y Alberto Nanclares, especialistas en urbanismo.

martes, 10 de mayo de 2011

Quechuas capitalistas y blancos hijos del sol



Conversamos con Ana Paula, Pablo y Ángel, del grupo Raíces al Viento, que hacen de la música una oportunidad para pensar su identidad.

sábado, 7 de mayo de 2011

Ciudad-marca y gentrificación

Entrevista a Eva García. Eva trabaja como arquitecta y participa en la iniciativa de investigación: Observatorio Metropolitano, una de la experiencias de análisis de las transformaciones del entorno urbano más interesantes con las que nos hemos encontrado. Como miembro de dicho colectivo ha participado en la elaboración de dos libros fundamentales para entender los cambios de una ciudad como Madrid: Madrid, ¿La Suma de Todos? y Manifiesto por Madrid: Crítica y crisis del modelo metropolitano.

¿Qué son las ciudades Marca? ¿Como se construyen esas marcas? ¿Por qué aparecen ahora y no antes?
Una marca es una seña de identidad. Mientras que esa identidad (social, de un pueblo o comunidad, de lo colectivo) resulta de la condensación de muy variadas contribuciones, cuando la marca se hace Marca, es decir producto, enfatiza o destaca solamente algunos de esos atributos que forman parte de la identidad urbana de un amplio colectivo, dejando fuera otros muchos. Estamos acostumbrados a que esas marcas no hagan más que redundar en los tópicos más asumidos (Madrid es una ciudad nocturna, abierta, etc…) aunque la aplicación de Marcas es cada vez un proceso más refinado, capaz de incorporar aspectos desdeñados en otras ocasiones para hacerlos jugar en esa subjetividad convertida en producto de venta, a través de calificativos como creativo, innovador o emergente.
En ese sentido la atribución de Marcas a las ciudades o países es siempre un proceso autoritario. Lo preocupante de la Marca de ciudad, más allá de éxito o no que ésta pueda tener, es la proyección desde arriba de un conjunto de valores con los que “debemos” sentirnos a priori identificados y que acaba por modificar o modelar el imaginario colectivo urbano.
Las ciudades Marca derivan del marketing urbano (literalmente “poner en el mercado”) del resultado de aplicar técnicas de comunicación y gestión empresariales al gobierno de la ciudad. De alguna manera, en un sentido amplio, el carácter simbólico de una ciudad siempre ha existido, Roma o El Cairo, eran cabezas de poderosos imperios o civilizaciones. Lo que nos interesa ahora es conocer cómo operan esas Marcas de ciudad en un sistema capitalista globalizado. En este sentido la ciudad Marca está íntimamente relacionada con el sistema de competencia global entre ciudades.
En el contexto de la globalización las ciudades se mueven en un marco competitivo en el que nuevas funciones cobran relevancia: la producción financiera, los servicios a la producción, la producción de cultura y conocimiento, y los medios de comunicación.
Las economías urbanas han cambiado y con ellas las relaciones laborales y los conceptos y relaciones de clase. La extensa clase media obrera ha dado paso a nuevos personajes y nuevos estilos de vida directamente vinculados a la “nueva economía”, innovadora y social, que ha aparecido. Podemos decir que se ha conformado una élite del trabajo moderno o global class compuesta por profesiones liberales asociadas a los sectores más pujantes o centrales de la economía global (directivos, abogados, diseñadores, etc) que están en los lugares de la toma de decisiones. Sin embargo el grueso de la masa laboral se reparte entre los sectores subsidiarios (como la hostelería, los servicios domésticos y de seguridad, la cultura y el ocio) con empleos poco cualificados y en el extremo más bajo de la línea salarial, y una clase media asociada al sector público cada vez más diluida y afectada por las pérdidas del estado de bienestar. 

Si tomamos el ejemplo de una ciudad de Madrid, gobernada por la derecha desde hace… no sé, mil años, ¿hay mucha diferencia en la producción de la imagen de Marca que en una ciudad como Barcelona, donde la derecha no está en las corporaciones municipales?
En la medida que el proceso es resultado de la globalización no hay realmente mucha diferencia en la manera por la cual se produce la imagen de marca. Sin embargo, parte del trabajo del marketing urbano es lograr destacar las peculiaridades o especificidades de una ciudad sobre las otras, en régimen de competencia. Así Barcelona puede parecer más amable por cuanto apuesta por destacar los valores de una ciudad mediterránea, moderna y multicultural. La marca de ¡Madrid! es mucho más reciente, y creo que bastante más torpe, pero que la apertura de una Oficina Madrid Global nos da cuenta de qué prioridades tiene el Ayuntamiento de Madrid. Madrid no está preocupando tanto por cuestiones de control de la forma, como la ordenanza cívica de Barcelona, sino por las grandes operaciones de transformación urbana, parece que pretenden que la transformación social venga después. 

Si la ciudad Marca se centra en la producción de un centro para el turismo y a la vez los ayuntamientos están completamente endeudados para producir ese centro turístico, ¿de dónde salen estas infraestructuras?
No es que la ciudad Marca se centre exclusivamente en el centro, sino que utiliza ciertas partes de la ciudad como escenarios para exportar una determinada imagen hacia el exterior. Por otro lado, las infraestructuras de comunicación (autovías, AVE, aeropuertos) y de información son elementos necesarios para la competencia entre ciudades globales en cuanto a que acortan distancias o conectan determinados flujos. Son dos aspectos que no entran en contradicción.
Para el caso de la economía española, basada en el economía del ladrillo como piedra angular del ciclo alcista, las infraestructuras representan un caso claro de “empresarialismo urbano” tal y como lo define D. Harvey, donde las nuevas formas de gobierno urbano estarían funcionando como una suerte de partenariado entre las administraciones públicas y algunas empresas, grandes o pequeñas, agentes sociales y culturales, instituciones, etc., dentro de una estrategia tanto de consenso como de movilización cuyas características principales son las siguientes: en primer lugar la alianza entre el sector público y sector privado y el carácter empresarial de la misma, por la cual el negocio privado funciona de manera conjunta con el poder local para atraer fuentes de financiación externa, inversiones directas o creación de empleo, pero donde el sector público asume los riesgos y el privado los beneficios; el segundo aspecto es la mejora de la posición competitiva de cada ciudad con respecto a la división espacial del consumo, a través de la calidad de vida, la innovación cultural y la mejora del entorno físico urbano, todo ello mediante estrategias de regeneración urbana centradas en el espacio como lugar de consumo, en el ocio y los eventos; por último ambos aspectos contribuyen a la adquisición de funciones clave de control y de mando en el marco de competencia entre ciudades. Tales funciones de control concentran el poder de gobierno, el poder de las finanzas, y el poder de la información y necesitan de una posición de centralidad en las redes de comunicaciones mundiales. Son paradigmáticos en Madrid los casos de la obra de la M-30 o las insistentes Olimpiadas. 

Y si la ciudad marca produce toda su atención sobre el centro, ¿qué pasa con las periferias?
Cuando se gobierna una ciudad bajo esta perspectiva sólo interesan los aspectos y los espacios centrales a dicha producción de ciudad Marca. En ese sentido ciertas periferias urbanas, como las periferias obreras de los años 70, son realmente espacios periféricos a los intereses del modelo, y posibles espacios de degradación física y social si no les prestamos suficiente atención. 

Una de las características de las que hemos hablado en la Columna de Crónicas del Hype es el uso del hype como mecanismo para la gentrificación, pero… ¿Cómo funciona ese proceso?
La gentrificación es un proceso de revalorización económica y también cultural de un área degradada, con dinámicas de desplazamiento de la población y de sustitución los usos sociales y económicos preexistentes. El término es un anglicismo que procede de la palabra inglesa “gentry”, que hace referencia a la pequeña nobleza o alta burguesía, refiriéndose al aburguesamiento o elitización de ciertas áreas residencia les donde un grupo específico con capacidad de influencia social y liderazgo toma protagonismo.
En el estudio de la gentrificación ha habido dos tendencias clásicas de aproximación al fenómeno: bien otorgando un papel relevante a la demanda o bien a la oferta. Según la primera aproximación (D. Ley) la emergencia de una nueva clase social asociada a un trabajo especializado y más cualificado da lugar a nuevos estilos de vida y nuevas pautas de consumo (viviendas más pequeñas, preferencia de vida en el centro, nuevas formas de consumo de ocio etc) que darían lugar a la sucesiva transformación del espacio. Desde el segundo punto de vista (N. Smith), los factores económicos son preponderantes a los culturales. La “diferencia potencial del beneficio” obtenible mediante un uso más lucrativo del suelo (rent-gap) es la clave de un proceso de gentrificación y se produce tras la desinversión y degradación de ciertas áreas. En este caso el proceso se inicia a partir de agentes urbanos y actuaciones a escala de barrio y no a partir de preferencias individuales.
El Hype como mecanismo de gentrificación estaría funcionando en ambos aspectos, en la producción de valor, modificando la subjetividad del consumo mediante el predicamento de nuevas formas de vida jóvenes y modernas, y simultáneamente en la producción del objeto a consumir, bajo estrategias de renovación urbana cultural y/o comercial que buscan adelantar el rédito económico de ciertos procesos de revalorización urbana. El auge y la proliferación del concepto de Ciudad Creativa de Richard Florida sería un buen ejemplo de hype en este sentido. 

Es curioso que estos procesos de gentrificación se construyan en nombre de la libertad y la participación y a la vez generen cada vez más mecanismos de control (videovigilancia, control de la población) ¿A qué crees que se debe este fenómeno?
Como se legitiman los procesos de renovación urbana que acarrean procesos de gentrificación no tiene que ver con los objetivos que se persiguen. Parte de la riqueza social preexistente se pierde durante un proceso de gentrificación precisamente porque no todos los habitantes pueden asumir en incremento del coste de la vida en el “nuevo” barrio. Cuando el proceso es inducido de manera premeditada desde políticas públicas o empresariales se persigue producir una normativización de la zona más rápida y con ello la expulsión de los individuos o agentes sociales que no se acomodan a la imagen que se quiere para la zona. 

Es curioso como esos procesos de producción de la ciudad marca se llevan a cabo por trabajadores “inmateriales”, personas aparentemente progresistas que producen discursos llenos de palabros difícilmente atacables, pero que tienen efectos sociales devastadores: ¿Quiénes son estos trabajadores inmateriales? ¿Qué relación tienen con su propio trabajo? ¿Qué contradicciones presenta su discurso?
Buena parte de nosotros, aunque lejos de la global class, sí que formamos parte de la gran masa de trabajadores cognitivos. En ese contexto sin duda la cultura se convierte en un arma muy potente para la construcción de la ciudad marca. Procesos como Atravesad*s por la Cultura o las investigaciones abiertas por YProductions sobre Innovación en Cultura o Emprendizajes en Cultura están intentando buscar respuestas a las preguntas que planteas.

En el actual contexto de crisis económica el consumo se resisten de forma sintomática, ¿afecta esto a los procesos de gentrificación? ¿Se resiente la imagen del joven emprendedor cultural que predomina en este tipo de discursos?
Quizás la crisis amortigüe o ralentice temporalmente los efectos de la gentrificación, pero sin duda no va a ser el paraguas que nos libre de este tipo procesos de expropiación mientras no los aislemos de la capacidad de lucro que encierran. La privatización va a continuar en forma de diversos recortes públicos; podemos ver cómo afectará esto a la cultura en la nueva Ley de Mecenazgo y Patrocinio Cultural, una clara apuesta por la entrada de la inversión privada en la financiación de los proyectos culturales. 

La propia Crisis económica se está produciendo como una “identidad” política, como una marca. ¿Podrías concretar las características de la marca “Crisis”? ¿Cómo afecta esta marca a la producción de la imagen de Marca de las ciudades?
Es evidente que la crisis funciona como un slogan. Se ha convertido en el fetiche que permite dar rienda suelta a las diversas expropiaciones de lo público. La última modificación de Ley del Suelo a través de Ley de Acompañamiento de los Presupuestos permite la venta del suelo público de cesión obligatoria en los nuevos desarrollos urbanísticos, y el Ayuntamiento de Madrid ya ha empezado la práctica de la desamortización a través de la venta de viviendas y equipamientos públicas de Empresa Municipal de Vivienda y Suelo para hacer frente a la deuda contraída por el consistorio. Ante esta perspectiva yo también me pregunto cómo, si la enunciación de la Marca es siempre entusiasta y positiva, va a logra vadear un futuro escenario de crisis social. 

Frente a los discursos que se centran exclusivamente en la defensa de lo público desde el Observatorio Metropolitano lleváis bastante tiempo trabajando la cuestión de los comunes. ¿Que es lo común? ¿Es algo preexistente en la sociedad o algo que se crea? ¿Que espacios son necesarios para garantizar que ese común se extienda?
Lo común es lo que es de todos. El agua o el aire, las tierras o montes comunales, la donación de órganos, y buena parte del conocimiento, como demuestran las licencias creative commons y el software libre, son bienes comunes. Lo común puede ser material o inmaterial, y también es diferente de lo público y lo privado. Lo público se construyó como una devolución a la sociedad de la expropiación que sufrió la clase obrera durante la construcción del Estado moderno, pero a día de hoy el espacio de lo público se parece cada vez más a cualquier otro espacio de restricción y lo público es considerado como un activo económico más dentro de las leyes del mercado. Además lo común supera el concepto de propiedad y de gestión tal y como estamos acostumbrados a entenderlo. Lo común no sólo implica el contenido o la naturaleza del bien, si no su manera de compartirlo y distribuirlo, su manera de gestionarlo entre toda la comunidad, bajo unas condiciones consensuadas de acceso y disfrute del bien.
Podemos decir que para que lo común exista y se reproduzca debe sostenerse sobre algunos principios básicos, como la universalidad (acceso abierto) la inalienabilidad (no pueden ser enajenados o puestos en manos de terceros), la sostenibilidad (debes garantizarse las condiciones de reproducción del bien) y derechos de gestión y articulación del propio común (la comunidad gobierna sobre el propio bien estableciendo las condiciones democráticas de su gestión). 

Pasemos al plano de las alternativas. ¿Qué mecanismos tenemos para resistir a la dinámica del hype en las ciudades? ¿Qué es eso del derecho a la ciudad?
La crisis y el riesgo de fractura social pueden, sin embargo, ayudarnos a pensar en otras posibilidades ante el reparto injusto de la renta y los recursos, la vivienda, la precariedad del empleo, la externalización de servicios públicos, o la sobreexplotación del territorio y los bienes naturales. Es posible reinventar las formas del vínculo social o actualizar el viejo término del «derecho a la ciudad» de Lefebvre. Desde el Observatorio Metropolitano creemos que es posible articular un nuevo escenario político alrededor de la idea de una ciudad creada para la vida en común. Pues lo común se comparte y se teje, forma parte de lo productivo y lo reproductivo, pero a veces pasa inadvertido. La reproducción de lo común es necesaria para la reproducción de la existencia. Siendo la ciudad el espacio donde se materializa la reproducción de la vida en común, el ámbito donde la cooperación y las sinergia colectiva garantiza nuestras necesidades y las del resto, la cuestión de qué tipo de ciudad deseamos apela directamente a los lazos sociales, a los valores culturales, al modelo urbano y a la relación con la naturaleza que queremos construir en ella. A pesar de la creciente privatización de todos los ámbitos de la vida, la ciudad no puede ser devorada completamente porque es por esencia común.
Como puedes ver esta lógica poco o nada tiene que ver con los mecanismos del hype. En la medida que estemos más cerca de una estaremos cada vez más lejos de la otra.

Guillermo Zapata | 30 de diciembre de 2010

viernes, 6 de mayo de 2011

El derecho a la ciudad

David Harvey, 05 de octubre de 2008
La ciudad, escribió una vez el reputado sociólogo urbano Robert Park: 

Es uno de los intentos más consistentes, y a la postre, más exitosos del hombre, de rehacer el mundo en el que vive a partir de sus anhelos más profundos. Si la ciudad, en todo caso, es el mundo que el hombre ha creado, es también el mundo en el que está condenado a vivir. Así, de manera indirecta y sin una conciencia clara de la naturaleza de su tarea, al hacer la ciudad, el hombre se ha rehecho a sí mismo.

El derecho a la ciudad no es simplemente el derecho de acceso a lo que ya existe, sino el derecho a cambiarlo a partir de nuestros anhelos más profundos. Necesitamos estar seguros de que podremos vivir con nuestras creaciones (un problema para cualquier planificador, arquitecto o pensador utópico). Pero el derecho a rehacernos a nosotros mismos creando un entorno urbano cualitativamente diferente es el más preciado de todos los derechos humanos. 

El enloquecido ritmo y las caóticas formas de la urbanización a lo largo y ancho del mundo han hecho difícil poder reflexionar sobre la naturaleza de esta tarea. Hemos sido hechos y rehechos sin saber exactamente por qué, cómo, hacia dónde y con qué finalidad ¿Cómo podemos, pues, ejercer mejor el derecho a la ciudad?

La ciudad no ha sido nunca un lugar armónico, libre de confusión, conflictos, violencia. Basta leer la historia de la Comuna de París de 1871 o ver el retrato ficticio de las Bandas de Nuevas York de 1850 trazado por Scorsese para tomar consciencia de cuán lejos se ha llegado. Pero bastaría pensar, también, en la violencia que ha dividido Belfast, que ha destruido Beirut y Sarajevo, que ha sacudido Bombay y que ha alcanzado, incluso, a la “ciudad de los ángeles”. La calma y el civismo son la excepción, y no la regla, en la historia urbana. Lo que de verdad interesa es si los resultados son creativos o destructivos. Normalmente son ambas cosas: la ciudad es el escenario histórico de la destrucción creativa. No obstante, la ciudad también ha demostrado ser una forma social notablemente elástica, duradera e innovadora. 

¿Pero de qué derechos hablamos? ¿Y de la ciudad de quién? Los comuneros de 1871 pensaban que tenían derecho a recuperar “su” París de manos de la burguesía y de los lacayos imperiales. Los monárquicos que los mataron, por su parte, pensaban que tenían derecho a recuperar la ciudad en nombre de Dios y de la propiedad privada. En Belfast, católicos y protestantes pensaban que tenían razón, lo mismo que Shiv Sena en Bombay cuando atacó violentamente a los musulmanes ¿No estaban todos, acaso, ejerciendo su derecho a la ciudad? “A derechos iguales” –constató célebremente Marx- “la fuerza decide” ¿Es a esto a lo que se reduce el derecho a la ciudad? ¿Al derecho a luchar por los propios anhelos y a liquidar a todo el que se interponga en el camino? Por momentos el derecho a la ciudad parece un grito lejano que evoca la universalidad de la Declaración de derechos humanos de la ONU ¿O será que lo es?

Marx, como Park, pensaba que nos cambiamos a nosotros mismos cambiando el mundo y viceversa. Esta relación dialéctica está anclada en la raíz misma de todo trabajo humano. La imaginación y el deseo desempeñan un papel importante. Lo que distingue al peor de los arquitectos de la mejor de las abejas –sostenía Marx- es que el arquitecto erige una estructura en su imaginación antes de materializarla en la realidad. Todos nosotros somos, en cierto modo, arquitectos. Individual y colectivamente, hacemos la ciudad a través de nuestras acciones cotidianas y de nuestro compromiso político, intelectual y económico. Pero, al mismo tiempo, la ciudad nos hace a nosotros. ¿Puedo acaso vivir en Los Ángeles sin convertirme en un motorista frustrado? 

Podemos soñar e interrogarnos acerca de mundos urbanos alternativos. Con suficiente perseverancia y poder podemos aspirar incluso a construirlos. Pero las utopías de hoy en día no gozan de buena salud porque cuando se concretan, con frecuencia, es difícil vivir en ellas ¿Qué es lo que no funciona? ¿Carecemos acaso de la brújula moral y ética adecuada para orientar nuestro pensamiento? ¿Será que no podemos construir una ciudad socialmente justa? 


martes, 3 de mayo de 2011